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La suite acuática de Lord Byron (*)

13 de març 2021

Tranquillo expressivo

Byron fue el prototipo de una época y de una forma de asumir la vida. Ninguna causa de muerte podía resultar más apropiada para un poeta romántico que una mansa lluvia de primavera en Grecia.
Sin embargo, nadie la mereció menos que Lord Byron, quien entre sus curiosas costumbres tenía la de domesticar los mares que iba conociendo: primero fue el del Norte; más tarde, el Adriático, el Tirreno y el Jónico y, por último, el Egeo.

Byron fue mucho más que un poeta romántico, más que un escritor de éxito cuyos libros se agotaban al nada más abandonar las imprentas y más que el protagonista de escándalos amorosos, anécdotas irreverentes y declaraciones de apoyo a los movimientos independentistas de Europa y América.

Fue también mucho más que el hombre amado en secreto por millones de mujeres e imitado por miles de hombres, que veían en él no a un ser humano, sino a un semidiós, y más que el creador proscrito por la moral hipócrita de su país. Byron, en realidad, fue su propia obra maestra.

En un infinito juego de permanente improvisación, elaboró y reelaboró su imagen de ángel caído y se construyó a sí mismo como mito. Al respecto, señalaba Bertrand Russell, en su Historia de la filosofía occidental, que al igual que otros personajes relevantes de la historia, “Byron tiene más importancia como mito que como persona real. En cuanto mito, su relevancia fue enorme, sobre todo en el continente”.

El poeta alemán Heinrich Heine, por ejemplo, lo consideró el más elevado misionero del liberalismo que había dado su generación, el enemigo de la opresión y de la esclavitud y el inconformista que no toleró ninguna interferencia contra la libertad del espíritu humano. Para algunos periódicos franceses, Byron y Napoleón Bonaparte fueron los dos hombres más grandes del siglo XIX.

Retratado en traje de albanés por Thomas Philips, 1835
Fuente: Wiquipedia

Sostenuto assai

George Gordon Byron nació en Londres, en el número 16 de Holles Street, el 22 de enero de 1788. A los diez años se convirtió en el sexto sucesor del título de barón Byron de Rochdale. Estudió en Cambridge y, al alcanzar la mayoría de edad, ocupó un escaño en la Cámara de los Lores.

Sucesivos escándalos sexuales hicieron de él uno de los personajes más célebres de su época. Los más sonados de tales escándalos fueron su separación de Anne Milbauke, una mujer puritana y de mente estrecha, con quien nadie se explica aún por qué se casó en 1815; sus amores incestuosos con su hermanastra Augusta; sus esporádicas relaciones homosexuales con jóvenes y adolescentes que, como afirma el escritor español Juan Gil-Albert, “treparon también con sus gracias masculinas -y esto, en distintas etapas de su vida- al corazón del poeta”, y, por último, su relación en Venecia con la condesa Teresa Guiccioli, casada con el dos veces viudo conde Alessandro Guiccioli.

Esta última aventura amorosa fue de tal intensidad que Byron se vio envuelto en situaciones verdaderamente angustiosas, a causa de las cuales comenzó a sentir el envejecimiento de su cuerpo: “Mi cabello ha encanecido y las arrugas han sido pródigas en su avance indeleble. Aunque no se me ha caído el pelo, parece que va a caérseme, y mis dientes siguen conmigo sólo por cortesía”, escribió con patetismo a su amigo Wedderburn Webster.

Físicamente, Byron era muy atractivo -“Byron nos legó la leyenda de haber sido el hombre más atractivo de su tiempo”, apunta Camilo José Cela en su Enciclopedia del erotismo- y, aunque su cuerpo tendía a engordar, se esforzaba por mantenerse esbelto.

Cuatro años después, tras dedicarse a “suprimir su mala grasa y a esculpir su cuerpo, mediante la utilización de baños calientes, el boxeo, la esgrima, sobre todo la natación y la equitación y, por último, mediante un régimen alimenticio extremadamente riguroso”, como enumera su biógrafo francés Gabriel Matzneff, la condesa de Blessington da cuenta de que Byron está “tan delgado que su rostro parece el de un adolescente”.

Allegro moderato

Durante toda su vida -y no sólo con miras a bajar de peso-, Byron fue un destacado practicante de varias disciplinas deportivas, aunque arrastraba un defecto físico congénito: era cojo.

Existen varias leyendas sobre esta cojera. Él mismo responsabilizó de ella a su madre, atribuyendo su malformación al corsé que Catalina Gordon Byron llevó durante el embarazo.

Estudios médicos posteriores a la muerte del poeta y aun algunos actuales discrepan acerca de lo que se ha dado en llamar el misterio ortopédico. Según unos, Byron tenía un pie deforme. Según otros, su cojera provenía de la enfermedad de Little; de displasia congénita; de parálisis infantil; hasta hubo quien señaló que de una herida ocurrida al nacer. Por supuesto, tantos diagnósticos se han anulado entre sí y lo que han hecho es nutrir el enigma.

Ahora bien, el defecto físico de Byron tiene importancia más allá de la chismografía, debido a que lo impulsó a refugiar su mal -y el complejo que el mismo le acarreaba- en la natación, el único deporte en que le era posible disimularlo.

Andantino grazioso

El instructor de natación de Byron fue un profesor de pugilismo muy famoso en la Inglaterra de su juventud: John 'Gentleman' Jackson, quien había sido campeón inglés de boxeo en 1795. Bajo la supervisión de Jackson, Byron atravesó el Támesis a nado, en una fecha no del todo determinada por sus biógrafos, entre 1805 y 1807. Luego, en 1809, cruzó el Tajo, en España, en una travesía que duró tres horas.

Puede decirse que, cada vez que se le presentaba la ocasión, Byron se lanzaba a las aguas con el mismo místico apasionamiento con que realizaba todo en su vida. De esta manera, llegó a uno de sus mayores retos como nadador: el cruce del Helesponto.

Larghetto

Según una leyenda griega, un joven llamado Leandro, que vivía en Abydos, en el lado asiático del Helesponto, nadaba todas las noches hasta Sestos, en el lado europeo del estrecho, guiado por un farol que su amada Hero, sacerdotisa de Afrodita, encendía en lo alto de la torre de su casa.

En la madrugada, cuando el sol empezaba a colorear el firmamento, Leandro retornaba de nuevo a nado hasta Abydos.

Una noche, mientras Leandro braceaba en la oscuridad hacia Sestos, se desató una tormenta y el viento apagó el farol. Desprovisto de la señal que le indicaba adónde dirigirse, Leandro nadó sin rumbo hacia la tragedia. Por la mañana, extrañada por la ausencia nocturna de Leandro, Hero subió a la torre y descubrió el farol desprovisto de llama.

Hero aguardando a Leandro.
Pintura de Evelyn de Morgan (1855-1919).
Fuente: De Morgan Foundation

Sin comprender aún la intensidad de su drama, dirigió su mirada a la playa y allí avistó el cadáver del joven, mecido por las olas, con un alga enredada en uno de sus pies, a la manera de un irremediable símbolo romántico.

Hero no soportó la visión y se arrojó desde la torre

Allegro vivace

Byron quiso demostrar que la consuetudinaria hazaña nocturna de Leandro era factible más allá de la leyenda.

El 3 de mayo de 1810, luego de un intento fallido realizado unos días antes, atravesó en una hora y diez minutos el estrecho que hoy se llama de los Dardanelos, en compañía de su amigo, el lugarteniente Ekenhead. Éste, por cierto, llegó a la orilla opuesta cinco minutos antes que el poeta. El sitio elegido por ambos para cruzar el estrecho tenía 1.960 metros de ancho.

He aquí lo que al respecto dice Byron, en una carta escrita ese mismo día a su amigo Henry Drury: “Esta mañana nadé de Sestos a Abydos. La distancia más corta no es más de una milla, pero la corriente la hace difícil; tanto es así que dudo si las aficiones conyugales de Leandro habrán quedado un tanto disminuidas en su paso al Paraíso. Lo intenté hace una semana y fracasé por causa del viento del norte y la rapidez de la marea, aunque desde pequeño he sido un buen nadador. Pero esta mañana, estando en calma, lo logré y crucé el ancho Helesponto en una hora y diez minutos”. Además de la constatación de que la proeza era realizable, de esta prueba nació uno de los poemas más conocidos de Byron: 'La prometida de Abydos'.

Estrecho de Helesponto, hoy Dardanelos
Fuente: Wiquipedia

Ocho años más tarde, estando en Venecia, Byron se sintió obligado a responder a un desafío lanzado por un antiguo soldado de Napoleón, del que nada más se sabe que ostentaba un nombre de resonancias operáticas: Angelo Mengaldo. A oídos de éste habían llegado las hazañas natatorias del inglés y quiso comprobar que no se trataba de exageraciones.

Junto a un amigo común no identificado, Byron y Mengaldo partieron de la isla de Lido. Mengaldo abandonó extenuado, cuando ya estaba a la entrada del Gran Canal. El amigo común se rindió unos minutos después. Byron siguió hasta el actual 'sestiere' de Santa Croce, donde se encuentra la iglesia de San Simeón. En esa ocasión estuvo nadando ininterrumpidamente durante 4 horas y 20 minutos, pese a que él mismo escribió que “el agua de la laguna es turbia y no resulta agradable bañarse en ella”.

Tal demostración de resistencia le valió entre los venecianos dos motes: El Diablo Marino y El Pez Inglés.

Finale presto con fuoco

Al margen de sus proezas y escándalos, Byron fue el prototipo de una época y de una forma de asumir la vida.

Contradictorio como individuo, no podía escapar a la paradoja de una muerte insólita. Él, que había sometido con sus brazadas cuantos mares conoció en vida, precisamente él fue víctima de una lluvia de comienzos de primavera. El 9 de abril de 1824 insistió en que quería montar a caballo bajo un gran aguacero. Al regresar del ejercicio, permaneció mucho rato sin cambiarse de ropas, hasta que cayó en cama con fiebre y dolores.

Los médicos recomendaron que se purgara y que se le aplicaran sanguijuelas para sangrarlo. Diez días bajo esta terapia lo debilitaron y desangraron a tal punto que, apenas unas horas antes de morir, tras despertar de la inconsciencia en que estuvo sumido las fechas previas, exclamó: “Los doctores me han asesinado”.

Luego perdió de nuevo el conocimiento y se sumergió en el oceánico tiempo del mito. Era el 19 de abril de 1824 y se hallaba en el pantanoso villorrio de Missolonghi, en Grecia.

Armando José Sequera (**)

(*) El original de éste artículo ha sido publicado en la web 'Letralia, Tierra de Letras', que amablemente nos autoriza a su reproducción

(**) Escritor venezolano (Caracas, 1953). Periodista, promotor cultural, conferenciante y guionista de radio. Ha publicado más de cuarenta libros, gran parte de ellos para niños y jóvenes. Ha obtenido dieciséis premios literarios, tres de ellos internacionales: el Casa de las Américas (La Habana, Cuba, 1979); el Diploma de Honor de la Organización Internacional para el Libro Juvenil, Ibby (Basilea, Suiza, 1996) -ambos con la obra 'Evitarle malos pasos a la gente', y la Bienal Latinoamericana Canta Pirulero (Valencia, Venezuela, 1998), con el libro 'Teresa'.

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